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martes, 13 de octubre de 2009

ÁGORA: crítica cinematográfica

Ofrecemos la crítica que, sobre la película Ágora, realiza Juan Orellana (Director del departamento de cine de la Conferencia Episcopal Española).


           Imagínense que hay que explicar en cine la realidad de Norteamérica a alguien que no sabe nada de historia, de culturas, nada de nada. Y para explicarle cómo es América le enseñamos unos planos de unas familias japonesas, entrañables y de pocos recursos económicos. Luego aparece un avión donde sale un piloto con cara de bruto mascando chicle, y con fotos de playmates pegadas en el salpicadero. Por último vemos cómo ese avión lanza la bomba atómica sobre la ciudad de esas amables familias japonesas.

           Una vez terminado el cortometraje, se le dice al ignorante espectador: “Ya ves, esto es América”. Hiroshima existió. Nadie lo duda. Nadie se alegra. Pero el juicio sobre los americanos que se deduce de ese pequeño film, ...¿es verdadero?, ...¿es justo?, ...¿es aceptable? En absoluto, bajo ningún punto de vista. Es una mentira, aunque Hiroshima sea una verdad.


           Pues esto mismo es lo que sucede con la última película de Alejandro Amenábar, "Ágora": unas bases históricas reales, pero con muchísimo maquillaje y caricatura históricas, para llegar a unas conclusiones completamente irreales y equivocadas.

1. Ángeles paganos y demonios cristianos
Ágora es presentada por Amenábar como un film contra la intolerancia. “Ningún católico de hoy debería sentirse ofendido; sólo deberían sentirse apelados los fundamentalistas que han estado poniendo bombas este verano”, ha declarado el director a Cinemanía. “Sirve para un terrorista islámico, para un terrorista de ETA, para cualquiera que lo practique”, insiste en el director en la revista "Fotogramas". Sin embargo, esa "impecable" declaración de intenciones no parece sincera, a la vista de los resultados ni explica suficiente ni correctamente la película. Es necesario analizar el marco elegido por el cineasta para su supuesto alegato contra la intolerancia.


El contexto histórico de la película son unos hechos luctuosos perpetrados por cristianos desmadrados y paganos entre los siglos IV y V en Alejandría. Según el historiador de la Iglesia Hubert Jedin, “el suceso más deplorable en el enfrentamiento entre el paganismo y el cristianismo en Egipto fue la muerte de la filósofa pagana Hipatia, que en 415 fue atrozmente asesinada, tras haber sufrido graves injurias, por una chusma fanatizada”. Amenábar es ahí donde carga las tintas, saca de contexto, y simplifica al máximo ciertos personajes como San Cirilo o Amonio.
Aquellos hechos reprobables se sitúan, por tanto, en el contexto de la confrontación de dos cosmovisiones, de dos culturas: la pagana y la cristiana. Y es ahí precisamente donde el director de la película, Amenábar, quiere aprovechar para proponer su propia filosofía de la historia: si el paganismo fue luz, el cristianismo es oscuridad; si el paganismo fue progreso, el cristianismo fue retroceso. No es una metáfora caprichosa: en Ágora, los paganos visten de blanco (Orestes, Hipatia), y los cristianos de gris o de negro (Amonio, Cirilo). A este esquema bipolar, Amenábar añade a lo largo del film una vuelta más de tuerca: lo malo no es en realidad el cristianismo, sino cualquier concepción teológica. Ya sean los dioses paganos o el Dios cristiano y judío: la religión supuestamente oscurece la razón, desprecia a la filosofía y frena la ciencia y el progreso. Frente al escepticismo que genera ver tanta guerra de religión en un kilómetro cuadrado, Hipatia declara: “Yo creo en la Filosofía”.


Amenábar viene a decirnos que la difusión de la fe cristiana fue supuestamente una marcha atrás en la cultura, en la civilización, en la filosofía y en la ciencia. De dar eso como cierto se desprende necesariamente un juicio sobre la Iglesia presente y actual, la del siglo XXI. Y ahí reside la relevancia de Ágora, que bajo el envoltorio de una película supuestamente histórica, propone un juicio sobre el valor actual de las religiones en general y del cristianismo en particular.
Desmentir esa afirmación precisaría de una biblioteca como la de Alejandría, para documentar someramente lo que el cristianismo ha aportado al progreso de la cultura, del arte, de la ciencia, del derecho, de la filosofía, de la política, de las relaciones internacionales,... a lo largo de siglos. Pero dicha Biblioteca sería insuficiente para ilustrar lo que el cristianismo ha supuesto para el “progreso” personal de millones y millones de hombres y mujeres concretos a lo largo del mundo y de la historia: el “verdadero progreso” que viene de encontrarse con Jesucristo, que promete sin rubor satisfacer los deseos del corazón del hombre. Esto en Ágora no se intuye ni de lejos, claro.
Los cristianos que aparecen son solamente unos bárbaros, fanáticos, misóginos, violentos y muy visionarios. Y los dos “medianamente buenos” cristianos que vemos (Sinesio y Davo), se van contaminando a lo largo del film del oscurantismo circundante.


Quien encarna las características de una antropología cristiana: caridad, benevolencia, serenidad, tolerancia, insobornabilidad, castidad, fraternidad universal, igualdad ... es la pagana Hipatia, un personaje que Amanábar vuelve fascinante, ideal de virtud, y dechado de inteligencia y humanidad. Hipatia se propone como una "santa laica" de las que tanto están de moda.


2. El corto alcance del reproche moral.
Un primer argumento a favor del “retroceso” cristiano que nos quiere meter Amenabar en la cabeza, con esta película, es el de la supuesta inmoralidad de aquel grupo de cristianos pendencieros, que aparecen capitaneados por un San Cirilo cruel y maquiválico. Ciertamente hay muchos episodios en la historia de la Iglesia por los que un cristiano no se siente orgulloso. Así ha sido siempre y así será, porque la Iglesia la formamos todos nosotros, que somos pecadores. Incluso los Papas han pedido muchas veces perdón por errores del pasado. La conciencia del mal y del pecado es tan clara en el seno de la Iglesia que ésta instituyó en sus mismos orígenes el sacramento de la penitencia y del perdón. Que se sepa ninguna organización, asociación o partido político actual cuenta con una institución como la confesión, con lo que quizá habría que concluir que nadie como los cristianos tenemos tanta conciencia del propio pecado.


Querer sacar un juicio negativo sobre el hecho cristiano a partir de unos sucesos de la Alejandría de aquellos tiempos, supone concebir el cristianismo como un "angelismo" que nada tiene que ver con la teología de la encarnación. La coherencia moral es un maravilloso don que Dios concede a quien quiere, pero no es una característica esencial del cristianismo; la característica principal es el encuentro con Jesús, experimentado como satisfacción de los anhelos de felicidad del ser humano. Y si algo es verdad, lo es aunque el mensajero de dicha verdad, sea imperfecto, incoherente, necesitado de perdón.


Dado que todas las grandes obras y empresas realizadas en nombre de Cristo, como por ejemplo la evangelización de América, se han realizado por cristianos pecadores, encontramos en ellas frutos de santidad junto a rastros de pecado e injusticia. Pero la pregunta es: ¿el pecado de los cristianos anula la realidad histórica de humanización que han supuesto las empresas evangelizadoras? La abolición de la esclavitud, la dignificación de enfermos expulsados de la sociedad, el reconocimiento de la igualdad de derechos, la atención a huérfanos, la defensa de la vida, el cuidado de indigentes, la recuperación de delincuentes, la consagración de la vida familiar, la dignificación monogámica de la pareja, el aprecio por el trabajo,... y por encima de todo ello, la posibilidad tangible y concreta de ofrecer un sentido satisfactorio y pleno a la existencia, ¿no son experiencias y hechos tremendamente valiosos aunque no nos hayan llegado de manos de querubines, sino en vasijas de barro? Es curioso cómo la izquierda justifica las barbaries y genocidios del socialismo real en aras del “ideal”, y al cristianismo no se le permiten ni siquiera los tropiezos del pecado personal.

3. La ideológica oposición entre razón y fe.
Más importante en Ágora es ese supuesto conflicto soterrado -¿incompatibilidad?- que plantea entre razón y fe, entre ciencia y religión. No este el lugar tampoco para explicar y aclarar de una vez por todas que la fe es la amiga más fiel de la razón, que la fe da cumplimiento a la razón, que la fe es razonable, y digámoslo claramente, que lo que Amenábar y tantos otros llaman fe, no es más que una superstición visionaria y esclerótica que nada tiene que ver con el cristianismo. Bastaría con que leyeran algo, cualquier cosa, por ejemplo la encíclica "Fides et Ratio" (Fe y Razón) del Papa Juan Pablo II, para comprender que para la Iglesia, la fe no es enemiga ni de la ciencia, ni del progreso, ni mucho menos de la razón.


Siempre habrá energúmenos entre las filas de los creyentes, pero que sólo son representativos de su propia equivocación. En este sentido, el magnífico homenaje que Amenábar brinda en este film a la ciencia antigua, y muy en especial a la Astronomía, es un homenaje a la razón que cualquier espectador cristiano disfrutará como propio. Las discusiones entre los seguidores de Ptolomeo y Aristarco de Samos, las reflexiones sobre las trayectorias de los planetas,... son un disfrute para todos, aunque Amenábar parezca querer oponerlos a los intereses “reducidos” de los cristianos. Por todas estas razones es imposible que un cristiano pueda sentirse históricamente reconocido en la propuesta cinematográfica de Amenábar, muy lastrada por numerosos tópicos, muchos prejuicios, esquemas ideológicos y leyendas negras favorables a la interpretación oficial de la historia. Una película que para el Poder es el no va más de “la corrección política”, la cultura dominante vestida de gala.

5. La maestría del cineasta
Amenábar vuelve a demostrar que es un grande en el oficio de dirigir películas. Otra cosa es que él decida someter su genio a los imperativos del pensamiento único. Lo más interesante es que Ágora no aparenta ser una película hecha en la era digital, sino que parece que todo decorado es real. La dirección artística es soberbia, y Rachel Weisz hace de Hipatia un personaje memorable. La película es solemne, minuciosa, con un trabajo del sonido espectacular y con unos guiños cosmológicos muy brillantes.
Hay mucho cine dentro de Ágora, y por ello es muy fastidioso ver cómo el guión va estropeando la película a medida que avanza. Un excelente envoltorio para un producto que salió de fábrica caducado.